Bajo el barco de Lewerentz    Imprimir

Viernes 28 de Febrero de 2014
Publicado en: Oficio

(Continuación a 3 acosos, 2 derribos)

Los últimos años de su vida, ya apartado del ejercicio de la profesión, el gran Sigurd Lewerentz los dedicó básicamente a dos cosas: la primera —y más importante— a cuidar a su mujer Etty, víctima de una enfermedad que la mantuvo inmóvil durante mucho tiempo, y hasta la muerte; la segunda —no menor— a clasificar, para el museo de arquitectura de Estocolmo, su ingente colección de dibujos y croquis. No parece mala dedicación para una vejez: entregarse a la vez a la persona querida y a una labor taxonómica sobre su propia vida de trabajo. Cuando finalmente enviudó, un ya anciano Lewerentz se mudó a la plácida ciudad universitaria de Lund. Allí, en su nueva y modesta casa, se hizo construir, para sus ratos solitarios de trabajo, una cámara oscura como estudio. Esta sorprendente black box (que era una habitación sin ventana alguna) había tenido su precedente en el desván sobre un granero, junto a la residencia conyugal con Etty en Skanör: es en el que aparece, solitario y encendiéndose una pipa, en la fotografía de aquí debajo.

Era el espacio en desuso bajo una cubierta inclinadísima (tanto como sólo pueden serlo las cubiertas tradicionales escandinavas) que Lewerentz revistió, por dentro y en toda su superficie, con una delgadísima lámina de papel aluminio (sí: el mismo "albal" con que hacemos los bocatas de los niños para el cole por la mañana), con tal de conseguir una perfecta difusión de la poca luz que entraba por las ventanas. Ventanas que, de hecho, no eran tal, sino tan sólo un par de tablas desmontadas de la madera de la cubierta, unos huecos que protegía de los cambios de luz enrollando y desenrollando las bobinas de papel vegetal que le servían para dibujar. En el centro, una gran viga de madera, que arriostraba de lado a lado la estructura, servía también como barrera contra las visitas inesperadas: cualquiera que apareciera por ahí sin tener la costumbre se llevaba un buen coscorrón en la frente, al salir al estudio desde la trampilla de acceso. Él mismo confesaba haber recibido unos cuantos buenos golpes en la cabeza en los primeros meses tras inaugurar este espacio, hasta que se acostumbró.

Es inevitable que este lugar increíble de trabajo nos traiga a la cabeza el casco invertido de un barco. De hecho, el tema no era en absoluto nuevo a la arquitectura, y había estado presente desde hacía siglos... tantos, al menos, como los que habían trascurrido desde que Palladio se inspiró en las grandes estructuras de cuadernas para levantar la bóveda del Pallazzo de la Ragione de Vicenza. Incluso el propio Lewerentz había llevado su interés por la construcción naval (un lugar común, por otro lado, entre los arquitectos modernos) más lejos: él mismo diseñó y fabricó su preciosa barcaza Ewa, bautizada así por el nombre de su hija, a cuya exultante juventud en una ocasión fotografió sobre su borda. Además, encuentro que hay en nuestra imagen varios guiños náuticos en el mismo sentido, como esos rollos de papel envueltos como una vela mayor alrededor de la viga-botavara, o esa desconcertante polea manual... ¿para qué? ¿para desenrollar los dibujos?

Todo esto quedaría en mera anécdota si no reflejara, creo, una manera de entender la arquitectura como oficio a la vez artesanal, solitario, y profundamente emocional. Porque esa imagen del arquitecto sueco en el vientre de su propia ballena (rodeado de sus muebles, envuelto en sus rollos de papel, a la lumbre de su pipa... y el mundo de autoprotección que sugiere) parece el complemento necesario de esas otras que nos quedan de su trabajo en obra: las de un auténtico gentleman (sombrero de fieltro, foulard y puro; como Wright, Mies, u otros que supieron Vestir bien) que se pasaba horas paseando solo con su paraguas (la americana doblada bajo el brazo, la corbata dentro de la camisa a la altura del tercer botón) en busca de nuevas soluciones, hablando con los albañiles (de los únicos que creía poder aprender algo allí), agachándose para colocar, con sus propias manos, los ladrillos del nuevo aparejo que estaba inventando.

(Nota: Tanto la información biográfica sobre Lewerentz como las fotografías escaneadas proceden del libro: Ahlin, Janne: "Sigurd Lewerentz, architect. 1885-1975". Byggförlaget. Estocolmo, 1987).


Lewerentz, en el desván de su granero en Skanör (ampliar)