ENSA de Montpellier    Imprimir

Miercoles 10 de Septiembre de 2014
Publicado en: Actualidad

(texte en français à continuation)

Desde el mes de Septiembre de 2014 ejerceré como profesor de proyectos arquitectónicos (en francés, TPCAU: 'Théories et Pratiques de la Conception Architecturale et Urbaine') en la École Nationale Supérieure d'Architecture de Montpellier (ENSAM), una de las 20 escuelas púbicas de arquitectura de Francia, que depende del Ministère de Culture et Communication (MCC). Estaré a cargo de un taller de proyectos en el tercer semestre S3, un curso que, según el plan de estudios de la ENSAM, debe desarrollar la casa unifamiliar. El enunciado específico de mi grupo plantea 'La casa con patio en el Mediterráneo', tratando de actualizar la vigencia contemporánea de este tipo fundamental para nuestro clima. Aparte de este taller de grado del que soy responsable, haré también tutorías de tesina de máster en el ámbito temático Métropoles du Sud. Estoy agradecido al Conseil d'Administration de la ENSAM que aprobó en votación mi candidatura, por la confianza que han depositado en mí; y muy especialmente a Jacques Brion, Michel Maraval, Élodie Nourrigat y Maxime Rouaud, por toda la ayuda que me han prestado con ocasión de mi comienzo allí este mes de Septiembre.

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Depuis le mois de Septembre 2014 je serais enseignant de Théories et Pratique de la Conception Architecturale et Urbaine à l'École Nationale Supérieure d'Architecture de Montpellier (ENSAM), une des 20 centres publiques qui enseignent l'architecture en France, sous tutelle du Ministère de la Culture et de la Communication (MCC). Je serais en charge d'un studio du troixième semèstre S3, un cours qui, selon le plan d'études de la ENSAM, doit développer la maison unifamiliale. L'enoncé spécifique de mon groupe propose 'La maison avec patio en Méditerranée', en essayant de travailler sur la validité contemporaine, dans nótre climat, de ce type architectural. Apart ce studio de licence duquel je suis responsable, j'ai été chargé aussi de faire de encadrements de mémoire à niveau master dans le domaine thématique Métropoles du Sud. Je suis reconnaissant envers le Conseil d'Administration de la ENSAM qui a voté favorablement ma candidature, par la confiance qu'ils mont faite; et, de manière spéciale, à Jacques Brion, Michel Maraval, Élodie Nourrigat et Maxime Rouaud, pour toute l'aide qu'ils m'ont offert lors de mon commencement à l'ecole ce mois de Septembre.


"Sur un vaste terrain perché sur les hauteurs de Montpellier, sur ce qui était encore la garrigue"
 

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Domingo 27 de Julio de 2014
Publicado en: Actualidad

(Continuación a casa en Vallvidrera)


(Dibujo: AM. Junio de 2013 - ampliar)
 

Bajo el barco de Lewerentz    Imprimir

Viernes 28 de Febrero de 2014
Publicado en: Oficio

(Continuación a 3 acosos, 2 derribos)

Los últimos años de su vida, ya apartado del ejercicio de la profesión, el gran Sigurd Lewerentz los dedicó básicamente a dos cosas: la primera —y más importante— a cuidar a su mujer Etty, víctima de una enfermedad que la mantuvo inmóvil durante mucho tiempo, y hasta la muerte; la segunda —no menor— a clasificar, para el museo de arquitectura de Estocolmo, su ingente colección de dibujos y croquis. No parece mala dedicación para una vejez: entregarse a la vez a la persona querida y a una labor taxonómica sobre su propia vida de trabajo. Cuando finalmente enviudó, un ya anciano Lewerentz se mudó a la plácida ciudad universitaria de Lund. Allí, en su nueva y modesta casa, se hizo construir, para sus ratos solitarios de trabajo, una cámara oscura como estudio. Esta sorprendente black box (que era una habitación sin ventana alguna) había tenido su precedente en el desván sobre un granero, junto a la residencia conyugal con Etty en Skanör: es en el que aparece, solitario y encendiéndose una pipa, en la fotografía de aquí debajo.

Era el espacio en desuso bajo una cubierta inclinadísima (tanto como sólo pueden serlo las cubiertas tradicionales escandinavas) que Lewerentz revistió, por dentro y en toda su superficie, con una delgadísima lámina de papel aluminio (sí: el mismo "albal" con que hacemos los bocatas de los niños para el cole por la mañana), con tal de conseguir una perfecta difusión de la poca luz que entraba por las ventanas. Ventanas que, de hecho, no eran tal, sino tan sólo un par de tablas desmontadas de la madera de la cubierta, unos huecos que protegía de los cambios de luz enrollando y desenrollando las bobinas de papel vegetal que le servían para dibujar. En el centro, una gran viga de madera, que arriostraba de lado a lado la estructura, servía también como barrera contra las visitas inesperadas: cualquiera que apareciera por ahí sin tener la costumbre se llevaba un buen coscorrón en la frente, al salir al estudio desde la trampilla de acceso. Él mismo confesaba haber recibido unos cuantos buenos golpes en la cabeza en los primeros meses tras inaugurar este espacio, hasta que se acostumbró.

Es inevitable que este lugar increíble de trabajo nos traiga a la cabeza el casco invertido de un barco. De hecho, el tema no era en absoluto nuevo a la arquitectura, y había estado presente desde hacía siglos... tantos, al menos, como los que habían trascurrido desde que Palladio se inspiró en las grandes estructuras de cuadernas para levantar la bóveda del Pallazzo de la Ragione de Vicenza. Incluso el propio Lewerentz había llevado su interés por la construcción naval (un lugar común, por otro lado, entre los arquitectos modernos) más lejos: él mismo diseñó y fabricó su preciosa barcaza Ewa, bautizada así por el nombre de su hija, a cuya exultante juventud en una ocasión fotografió sobre su borda. Además, encuentro que hay en nuestra imagen varios guiños náuticos en el mismo sentido, como esos rollos de papel envueltos como una vela mayor alrededor de la viga-botavara, o esa desconcertante polea manual... ¿para qué? ¿para desenrollar los dibujos?

Todo esto quedaría en mera anécdota si no reflejara, creo, una manera de entender la arquitectura como oficio a la vez artesanal, solitario, y profundamente emocional. Porque esa imagen del arquitecto sueco en el vientre de su propia ballena (rodeado de sus muebles, envuelto en sus rollos de papel, a la lumbre de su pipa... y el mundo de autoprotección que sugiere) parece el complemento necesario de esas otras que nos quedan de su trabajo en obra: las de un auténtico gentleman (sombrero de fieltro, foulard y puro; como Wright, Mies, u otros que supieron Vestir bien) que se pasaba horas paseando solo con su paraguas (la americana doblada bajo el brazo, la corbata dentro de la camisa a la altura del tercer botón) en busca de nuevas soluciones, hablando con los albañiles (de los únicos que creía poder aprender algo allí), agachándose para colocar, con sus propias manos, los ladrillos del nuevo aparejo que estaba inventando.

(Nota: Tanto la información biográfica sobre Lewerentz como las fotografías escaneadas proceden del libro: Ahlin, Janne: "Sigurd Lewerentz, architect. 1885-1975". Byggförlaget. Estocolmo, 1987).


Lewerentz, en el desván de su granero en Skanör (ampliar)
 

Desde lo alto del Singuerlín    Imprimir

Martes 14 de Enero de 2014
Publicado en:

(Continuación a Con España en la retina)

Me lleva al alto del Singuerlín (¡vaya sitio!) la segunda parte del proyecto Archivo de la Memoria Geográfica, colaboración encargada por el grupo de investigación Paisaje y Territorio a través de la FUAM. Si la primera la dediqué a analizar la consolidación de los barrios periféricos de Madrid en los últimos 40 años a través de la mirada del arquitecto y urbanista José M. Sarandeses (JMS: Madrid, 1940-2003), esta segunda me ha permitido (una vez acabada, a finales de 2013, y previa a su rodadura dentro de un programa de investigación competitiva) entender las dinámicas de transformación de Barcelona y su entorno inmediato, en esas mismas cuatro décadas, y mediante la del geógrafo Rafael Mas (RM: Barcelona, 1950 - Madrid, 2003). Como en el caso anterior, se trataba de recuperar algunas diapositivas de su colección fotográfica personal, para volver a visitar los emplazamientos que él fotografió en su día y (a través de la toma actual y de su cotejo con la original) ver en qué ha cambiado la ciudad, y cuánto de lo ocurrido estaba ya latente en la intención original del autor.

El trabajo, aunque por momentos difícil (tanto en lo práctico como en lo emocional) ha sido una experiencia muy gratificante, y por tres razones. Primero, por descubrir sitios insólitos, como es el caso de esta loma pelada de la sierra de la Marina, última estribación de la litoral catalana antes de la depresión del Besòs, que visité en una mañana de invierno de aire transparente y luz mágica. Un lugar que un amigo describe, no sin razón, como casi onírico... y eso que él sólo ha mirado sus ristras de bloques de colores desde el nudo de la Trinitat, antes de enfilar la autopista de Francia. Es, creo, el único sitio de esta costa en que se puede disfrutar de una perspectiva completamente panorámica, que por puntos llega a alcanzar los 360º: primero, hacia Poniente y el Montseny, vemos Montcada i Reixac dividido en dos por las infraestructuras de transporte, luego los grandes núcleos del Vallès, detrás el macizo de La Mola, y también la montaña de Montserrat; girando la vista y de frente, la Sierra de Collserola desde su lado más pobre (donde las casas autoconstruidas se confunden con matorrales y chumberas, por encima de Trinitat Vella), y, a medida que sube en cota, con sus hitos del Tibidabo y la torre de Foster; también, hacia el Sur y detrás del meandro del río, el llano entero de Barcelona, que se cierra con Montjuïc, detrás del que se adivina el Garraf; hacia el Norte la costa larguísima del Maresme; por último y mirando a Levante, en descenso desde la montaña al mar, Santa Coloma, Sant Adrià y Badalona con las tres chimeneas de la térmica: hoy un continuo edificado, tanto entre ellos como respecto a la metrópoli, de la que sólo separa el ancho cauce del Besòs.

El Singuerlín permanece hoy extrañamente ajeno a las dinámicas demográficas recientes del área metropolitana, con poca o ninguna de la emigración extranjera (china o sudamericana) que se ha ido implantando en la parte baja de Sta. Coloma. Quizás, bien pensado, no es tan de extrañar, si atendemos a lo surrealista de su ubicación, a lo alocado de su tipología edificatoria: el transporte público apenas llega (sólo unos buses amarillos que suben las últimas rampas con dificultad), y la población se encuentra aislada y envejecida. Uno se pregunta si esos ancianos de tez curtida, a los que el destino arrojó un día a este sitio inverosímil, estarían mejor esta mañana jugándose su ruidosa partida de dominó en el pueblo que dejaron atrás en (supongamos) el olivar de Jaén, que en este bar Los Martínez.

Aunque probablemente, ni tan siquiera se lo habrán planteado. Narcotizados como se está aquí por las vistas, orgullosos seguro de haber conseguido, con su sacrificio, sacar adelante a unos hijos que (a pesar de las dificultades) han podido labrarse una vida digna; y, por extensión, a unos nietos que ahora estudian en la escuela en catalán. Por cierto, que es éste y no otro el verdadero e importantísimo logro de la inmersión lingüística escolar: conseguir la cohesión social entre barrios y clases, para una sociedad diversa y siempre con riesgo de fractura como la catalana ¿es esto poca cosa? Algo que nadie se atreve a reivindicar como lo que es (un éxito indudable, una política para la que las alternativas hubieran sido siempre peores). La derecha catalana porque está a lo que está —camuflar su extrema debilidad—, la española porque encuentra que la catalanofobia es una excelente arma electoral —y el asombro no es tanto que se lance el mensaje, sino que acabe calando—, y la izquierda catalana —que fue su artífice; de la cual éste, junto a la política municipal, fue el principal logro— porque hace tiempo que desistió de explicar el catalanismo desde una vertiente social, que es la que de verdad importa. Roberto Bolaño (RB) contaba que había aprendido de Cataluña el difícil arte de la tolerancia, y se excusaba ("sé que suena cursi", aclaraba) al decir que su verdadera patria eran sus hijos, para añadir que estaba encantado de vivir aquí, dado que sus hijos eran catalanes (leer Bolaño y la extraterritorialidad). Pues eso: deduzcan vds. la parte que le falta al final de su ecuación para entender cómo se sentía RB. Y yo. Y tantos otros... incluidos, supongo, los viejos del dominó.

También me ha dado mucho gusto (segunda de las razones) trabajar sobre la ciudad a través de una mirada ajena a la de mi profesión, tan a menudo teñida de prejuicios estéticos, aún desgraciadamente distorsionada por su problemática relación con el ego. Ha sido la de la geografía, en particular la geografía urbana, y, dentro de ella, su gran maestro en España, que fue Rafa Mas. Ni la ciudad es patrimonio nuestro (de arquitectos y urbanistas), ni podemos seguir interviniendo en ella sin ser permeables a cómo la consideran otros oficios. Cuentan sus allegados que RM se implicaba tanto en las explicaciones del trabajo de campo que no llevaba encima su cámara; de ahí que, siempre que podía y desde sus veraneos familiares en Tarragona, se escapara a Barcelona para hacer un reconocimiento previo y —entonces sí— tomar fotos. Son éstas, entonces, fotografías básicamente instrumentales (lo cual no les quita valor, sino al contrario), de reconocimiento, nunca neutras en su intención. Como en los "servicios de diagnóstico por la imagen" de los hospitales, imágenes que luego hay que interpretar: Rafa lo debió de hacer en su momento como preparación al viaje con sus alumnos; nos toca ahora (con la perspectiva que conceden más de 30 años de radicales transformaciones) actualizar ese diagnóstico.

Rafael era, además, un geógrafo de marcado carácter social (aquí el tercer y último motivo de mi interés). Le preocupaba especialmente la manera en que las dinámicas de distribución de la propiedad podían convertirse en factores determinantes en la conformación de la morfología urbana. Sin quitarles los méritos evidentes que tienen en su diseño, criticaba la dinámica perversa con que se habían gestionado los ensanches del XIX, convertidos con el tiempo en herramientas de centrifugación social al servicio de la burguesía, que había logrado convertirlos en una reserva de suelo de gran valor en el mejor sitio de la ciudad. El Eixample de Barcelona no es una excepción, y el Singuerlín no deja de ser un resultado más (uno entre tantos) de esa dinámica desde dentro hacia afuera. Aunque sí vivió la consolidación de las transformaciones cruciales de la olimpiada, por su muerte prematura no llegó a ver cómo la ciudad (no sólo su política, sino también su fisionomía) se ha ido deslizando desde el admirable modelo Barcelona de los '80 (intervenciones de pequeña escala, a través del espacio público, y de marcado carácter social) hacia la lamentable marca Barcelona actual, donde todo ha acabado puesto al servicio de los intereses turísticos; en suma, del capital privado, y en contra de lo que todos entendemos por urbanidad o ciudadanía. No sé dar respuesta a la disyuntiva que se hacía JmMontaner hace unos años (si la marca ya estaba implícita en el modelo, ¡buena pregunta! —ver Del modelo a la marca), aunque sí soy capaz de afirmar que la segunda, en cierto sentido, aniquila los logros del primero (leer Mi ciudad, a la venta).

Al respecto, es sintomático comprobar (mediante el estudio comparado de las tomas desde el Singuerlín —entre el año '82 y la actualidad) cómo los cambios importantes de perfil urbano de los últimos 15 años se han producido sólo dentro del municipio que da nombre a la marca; en las ciudades suburbanas (de las que no se distingue en un plano) hay pocas diferencias entre entonces y ahora, y todo se continúa manejando a nivel de suelo. En cierto modo, es como si el modelo hubiera salido de la ciudad que lo generó, para pervivir, una vez que dentro de ella se ha corrompido, en los municipios limítrofes a los que lo contagió por osmosis. Me parece que algo de intención de influencia suburbana subyacía ya de las palabras de Pasqual Maragall, cuando explicaba que "(...) en la ciudad hay zonas iluminadas y zonas oscuras. Un gobierno democrático de la ciudad se ha de comprometer a encender algunas de las luces en las zonas oscuras", aunque "no se trate únicamente de que los habitantes de las zonas oscuras se puedan mover por el conjunto del territorio metropolitano. Se trata también de 'iluminar' estas zonas para que sean visibles al resto de la ciudadanía (...) Todos tenemos derecho a sentirnos orgullosos del lugar donde vivimos y que otros reconozcan la dignidad de nuestra zona de residencia".

Un recordatorio más (y también la respuesta a otras preguntas, incluidas las de doble formulación) de que Barcelona necesita volver a ser y sentirse metropolitana para sobrevivir y definir su futuro. (la cita de Maragall la hace J. Borja en: "El desafío del espacio público", dentro de Ciudades para la sociedad del Siglo XXI. Ícaro, CTAV. Valencia, 2001. Pp. 55-78.)


En el Singuerlín, mirando al mar: detrás del fotógrafo, los bloques de colores (Foto AM, Dic13)